Dime qué somos sino dioses de nuestra propia muerte. Dime qué fin tenemos sino ser la penosa culminación de algo que no pidió ser creado.
Déjate desangrar, pero asegura proyectar tu desdicha en mi. Desgárrame la garganta con tus tripas y haznos reflejar en este espejo que se jacta de insensible. Deslicémonos entre el mosaico de enredaderas que hunden sus tallos en mi costado y arranca la espina que ha crecido en ese casco que me protege. Naveguemos en la necesidad, en la posibilidad de matarnos.
Dale, intenta terminarte, así de una vuelves anodina la verdad que constantemente me evoca en el diafragma que te delata. Anda, intenta terminarme, así de una y entre mentiras te mando a la mierda. No seamos insolentes ante la ironía que nos vela desnudos depositando sus carajos entre los huecos de nuestros dedos. Somos demasiado egoístas para permitirnos vivir sin el otro. Demasiado realistas para matar por él.
Dime qué somos sino dioses de nuestra propia muerte. Dime qué fin tenemos sino ser la penosa culminación de algo que no pidió ser creado.
Desde donde sea que lo divisemos el tiempo no existe para dioses que olvidaron cómo distinguir el pasado. Para dioses que viven el momento, que no saben cómo aburrirse. Podemos mantenernos vivos por necesidad, por distracción, por amor, por rencor, por esperanza, pero confía...el futuro no llegará mientras tengamos pulso.
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