Siénteme.
Me saboreo a humo.
Mi piel de arena oscura se refleja
en las lenguas infernales de tu pecho.
¿Qué más quiero de mí,
si al tacto me vuelvo cristal?
¿Qué quiero de mí
si de bruces ya vi al demonio
retando al pecado?
El mal no se encuentra bajo el asfalto,
sino encima de unos zapatos de piel diáfana.
Tócame.
Al respiro me consumo.
Mi fe no habita en tí, sin embargo
lo que creo nace de pulso deshecho.
Deshecho y esparcido en mil
y un deseo de voluta espiral.
¿Qué deseo con matiz
de húmedo prodigio hace infame mi andar,
retando al pecado?
El bien no se encuentra en lo alto,
sino encima de unos zapatos de piel diáfana.
Mírame.
Tal ilusión me fumo.
Mis frías lágrimas de gran río dulce
se asemejan a pesada saliva sin lecho.
¿Cuán espeso es mi fin
que lleno de quimeras allá va?
¿Cuál es mi fin?
Que a la vehemencia me he vendido
retando al pecado.
Mi yo no se encuentra tras pequeño salto,
sino encima de unos zapatos de piel diáfana.
Quiéreme
como soy: Usualmente incomprendido.
No me obligues a deshacerme de mi
cuando aún no encuentro mi intangible techo.
Acompáñame en mi búsqueda, ¿si?
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